El frío sufrido en la larga espera, bajo el pórtico de la iglesia, no fue suficiente para mermar nuestra concentración. Tapábamos nuestras gargantas con las manos a modo de bufanda, mientras contábamos con impaciencia los minutos previos para acceder a la iglesia. Ya los aplausos del público en nuestro caminar hacia el altar fueron suficientemente motivadores y presagiaban ese momento mágico esperado.
"El Yaucano", "Niño Manuelito", "Los tres Reyes" y "El Nacimiento", villancicos que hasta hace pocos días desconocía al pertenecer a un repertorio de cultura hispanoamericana poco conocido en estas latitudes, los hicimos nuestros, fluyendo de nuestras gargantas de una forma tan natural que pareciera escucharse un conjunto andino (salvando las distancias por supuesto).
Los primeros compases de la "Misa Criolla" de Ariel Ramirez provocaron en mi la sensación deseada. La música fluía como sangre por mis venas y descubría atónito como trazábamos, pincelada tras otra, ese mágico cuadro de color que en los ensayos días antes ya había imaginado.
El resultado fue mas que el esperado. No me resta más que dar las gracias a todos los que han hecho posible vivir este momento y desear que en los próximos cuatro conciertos que están por venir sienta al menos igual satisfacción.
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